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Por Joaquín Arduengo, vicepresidente Partido Humanista

Es hoy de suma importancia valorar el intento de construcción de un Frente Amplio, con la participación de diversas fuerzas políticas y sociales.  Esto adquiere mayor relevancia atendiendo a que diversas experiencias anteriores, han devenido en disparejos resultados que al menos, han tenido la virtud de permitirnos decantar, en la experiencia, aquellos elementos que no resultan cualitativamente aceptables para el actual momento de proceso.

Cabe reconocer sin duda el aporte que han efectuado las nuevas generaciones para esta nueva y necesaria mirada, que hoy se acerca más a las necesidades reales de nuestro país, en contraste con el armado mecánico de una institucionalidad alejada de una democracia real. Esa nueva mirada está atendiendo a un tono dialogal distinto y a una cierta pulcritud y cuidado en las relaciones que muestra un esperanzador proyecto a futuro.

Sin duda que la formación de este Frente Amplio, pone de relieve la necesidad de establecer ciertas bases de  ideas compartidas para que el diálogo pueda establecerse de manera rigurosa y desprejuiciada. De otro modo, como en una película vista varias veces se perderá fluidez, lo que conducirá nuevamente a un callejón sin destino, para beneficio del sistema en general, que ya tiene establecido su propio relato en todos los ámbitos de la vida ciudadana.

Pero el diálogo, aun cumpliendo con todos los requerimientos formales, a veces fracasa sin que se llegue a la comprensión cabal de aquello que se considera. Una forma deseable de pensar, se orienta como herramienta de aproximación a una convergencia, más que a la conformación de un mapa ideológicamente territorial. Esto debe ser considerado seriamente.

En efecto, pudiera darse que haya quienes se emplacen en razón de antiguas tesis frentista de acumulación de fuerzas progresistas en base al “acuerdo sobre puntos mínimos”, que en la experiencia ha derivado en el «pegado» de ideas desacopladas que concluyen, por su propia naturaleza, y por la misma dinámica política que impone el sistema, en el cálculo de protagonismos y de promoción electorera.

El problema que plantea una convergencia, no se resuelve si no se entiende y no se entiende si no se sabe qué clase de cuestión plantea. Una buena parte de la élite pensante, se ha entrampado en un determinismo ideológico, que hace ya demasiado tiempo, otorga excesiva importancia a un siempre distante “tipo de organización que permita la unidad” antes que hacer pie en el acuerdo llano de los cambios estructurales que nuestro país necesita.

En algún momento se instaló la expresión “convergencia de la diversidad” pero infortunadamente, se estableció como slogan propio de la época, sin el intento serio de encontrar de manera explícita el particular punto de tal convergencia. No cabe duda que se ha peraltado lo diverso dándole mayor importancia que a lo convergente. Esto ha aumentado la fragmentación e impide reconocer los pre-diálogos que existen al romper la ecuación que supone convergencia y diversidad, en cuanto imprescindible simultaneidad.

Por lo pronto podría considerarse entonces, un tipo de diálogo que defina que es aquello que une en términos de ideas fundamentales para que luego esa diversidad se exprese en sincronía general y conjunta en la acción.

Pero no existirá diálogo completo sino se considera a los elementos pre-dialogales en los que se basa la necesidad de dicho diálogo. Una primera vía de resolución de los problemas planteados y que escape a la repetición de experiencias anteriores, es el de considerarlo como una relación de reflexión o discusión desprejuiciada entre partes. Conviene entonces, acordar ciertas condiciones para que exista esa relación o para que se siga razonablemente una ruta que se podría expresar del siguiente modo:

1.- Que exista coincidencia respecto al tema fijado. Estamos aludiendo a una relación en la que cada cual tiene en cuenta el discurso del otro. La fijación de un tema no quiere decir que éste no admita transformación o cambio a lo largo de su desarrollo, pero en todos los casos cada una de las partes debe saber mínimamente de qué está hablando la otra. A menudo esto se da por sabido y es en la construcción siguiente, cuando comienza a notarse que ciertos componentes no encajan, generando ruido y distorsión de la intención primera.

2.- La necesidad de ponderar los temas en un grado de importancia similar. No estamos considerando una coincidencia estricta sino una cuantificación aceptable de la importancia que cada tema tiene, porque si estos reciben una ponderación de primer orden para una de las partes y para la otra es trivial, podrá haber acuerdo sobre el objeto tratado pero no sobre el interés o función con que cumplen para el conjunto los temas a tratar. Esto es lo que en momentos anteriores ha llevado a la dispersión.

3.- Que exista una definición común de los términos decisivos usados. Si los términos decisivos tienen definiciones distintas para las partes, se puede llegar a alterar el objeto del diálogo y con ello lo que interesa tratar.  Por lo pronto la fijación de tal tema es de importancia fundamental. ¿Se tratará de una cuestión solo electoral o de un proceso que tiene como objeto producir una transformación fundamental de la cuestión política tal cual la conocemos?

Si las tres condiciones anotadas son satisfechas se podrá avanzar y se podrá estar en acuerdo o desacuerdo razonables con la diversidad de ideas y posiciones  que se expongan. Pero existen numerosos factores que impiden el cumplimiento de las condiciones del diálogo. Me limitaré a tomar en cuenta algunos factores pre-dialogales que afectan a la condición de ponderación de un tema dado.

Cuando se establece un diálogo cada una de las partes puede tener intenciones diferentes y apuntar a objetivos distintos y  cada cual tendrá sobre el tema mismo, una apreciación general en torno a su importancia. Pero esa “importancia” no está puesta por el tema sino por un conjunto de creencias, valoraciones e intereses previos. Esto es muy común. Por ejemplo el conjunto de dialogantes se puede poner de acuerdo al fijar el tema a tratar, incluso atribuyéndole suma importancia y sin embargo, una de las partes estar convencida que el tratamiento de tal materia es  de escasa practicidad, que no resolverá nada y que, por último, no es de urgencia.

Entonces una de las partes condicionada previamente por un cierto escepticismo podrá seguir  los desarrollos de la otra parte, incluso participando activamente en el diálogo, pero este quedará entonces explicado por otros factores, pero no por el tema cuya sustancialidad se ha descalificado previamente.

De esta suerte, los elementos pre-dialogales ponen no solamente el universo que pondera el tema, sino las intenciones que están más allá (o más acá) del mismo. Desde luego que los elementos pre-dialogales son pre-lógicos y actúan dentro del horizonte epocal y social, que se toman  frecuentemente como producto de experiencias y observaciones. Esta es una barrera que no se puede franquear fácilmente hasta tanto cambie la sensibilidad epocal, el momento histórico en el que se vive. Esto no es un tema menor, en tanto que una transformación profunda requiere escapar al condicionamiento que la situación actual pueda proponer.

Ejemplo de esto, es la notable omisión de discutir sobre la relación entre capital y trabajo y el rol de la banca como factor raíz de distorsión política, económica y social. Lo más curioso de todo es que este este tema, por ideologías fundantes del pensamiento de izquierda, debiera ser centro de discusión y no lo es.

Numerosos aportes hechos en un tiempo anterior, han sido aceptados con total evidencia solo en momentos posteriores, pero hasta tanto se llegara a ese punto, los promotores de tales ideas y actividades, se encontraron con un vacío dialogal y muy a menudo con una barrera erigida ante la sola posibilidad de discutir públicamente nuevos puntos de vista. Ejemplo más presente de esto lo tenemos en el campo de la ineludible necesidad de gratuidad de la educación que es bastante más antigua que las primeras manifestaciones del 2006 y que adquieren su madurez en el año 2011.  Lo mismo ocurre en el campo del sistema previsional, que recién ha comenzado a constituirse  como tema fundamental de cambio. La salud por otra parte, aún espera su momento.

Pasada la turbulencia inicial y habiendo accedido al escenario histórico una o varias nuevas generaciones, la importancia de aquellos aportes anticipados se hace común a todos y todos coinciden en el asombro de que dichos aportes hayan sido obviados o minimizados anteriormente como áreas de discusión y convergencia fundamental.

La experiencia en el hacer político, indica que cuando han sido expuestas ciertas posiciones, que no han sido coincidentes  con las creencias, valoraciones e intereses de un cierto momento epocal anterior, se ha producido  una suerte de desconexión, aunque en abstracto parecía que los llamados a la unidad gozaban entre todos de perfecto acuerdo. No se puede negar que ante muchos llamados a esa unidad,  frecuentemente se ha topado con las dificultades comentadas.

Si analizamos con seriedad estos problemas, podremos notar solo respuestas coyunturales a problemas que son universales como suerte de  compensaciones contradictorias y que toda respuesta sistemática y previa, se ha aparecido como una generalización excesiva ahogada por la urgencia. De allí que  no son raros algunos enajenamientos a las cuestiones fundamentales, atendiendo a lo secundario, antes que a su centro, al punto real de convergencia que se busca.

Es necesario establecer que los problemas fundamentales que vivimos son estructurales. Al no comprenderse tal cuestión, las dificultades tienden a distraerse y se encaran las respuestas de manera ideológicamente subjetivas y parciales, ampliando la fragmentación, lo que ha llevado a complicar las cosas alejándolas  de su objeto de interés.

Por supuesto que esto ocurre porque los intereses económicos de los círculos privilegiados manejan al mundo, pero la visión de esa minoría privilegiada ha hecho carne aún en las capas más perjudicadas de la sociedad. De esta suerte, es patético escuchar en el discurso del ciudadano medio los acordes que antes percibiéramos en los representantes de las minorías dominantes a través de los medios de difusión. Y esto seguirá así y no será posible un diálogo profundo ni una acción concertada hasta que fracasen los meros intentos puntuales de resolver la crisis progresiva de la que hoy somos testigos.

En el momento actual hay quienes creen que no debe discutirse la globalidad del sistema económico y político vigente, ya que éste es perfectible. Opuestamente, es necesario establecer con meridiana claridad, que este sistema no es perfectible ni puede ser gradualmente reformado, ni las soluciones desestructuradas de coyuntura producirán una creciente recomposición. Estas dos posturas enfrentadas podrán establecer un diálogo pero los pre-dialogales que actúan en uno y otro caso son inconciliables como sistemas de creencias y como sensibilidad.

Únicamente con un creciente fracaso de las soluciones puntuales se arribará a otro horizonte del preguntar y a una condición adecuada de diálogo. En ese momento, las nuevas ideas comenzarán a ser gradualmente reconocidas y los sectores cada vez más desesperanzados empezarán a movilizarse.

Hoy mismo, aun cuando se pretenda que hay que mejorar algunos aspectos del sistema actual, la sensación que se generaliza en las poblaciones, es la de que a futuro las cosas habrán de empeorar. Y esa difusa sensación nos está revelando un malestar difuso y generalizado que naciendo de las entrañas de las mayorías sin voz, va llegando a todas las capas sociales. Entre tanto, hay quienes contradictoriamente continúan afirmando que el sistema es coyunturalmente perfectible, tal idea es la que define a la Nueva Mayoría.

El diálogo, factor decisivo en la construcción humana no queda reducido a los rigores de la lógica o de la lingüística. El diálogo es algo vivo en el que el intercambio de ideas, afectos y experiencias está teñido por la irracionalidad de la existencia. Esta vida humana con sus creencias, temores y esperanzas, odios, ambiciones e ideales de época, es la que pone a base de todo diálogo.

Entonces, cuando decimos que “no existe diálogo completo sino se considera a los elementos pre-dialogales en los que se basa la necesidad de dicho diálogo” estamos atendiendo a las consecuencias prácticas de tal formulación.

No habrá diálogo cabal sobre las cuestiones de fondo hasta tanto empiece a descreerse socialmente de tanta ilusión alimentada por los espejuelos del sistema actual. Entre tanto, el diálogo seguirá siendo insustancial y sin conexión con las motivaciones profundas de la sociedad

En definitiva vale la pena el esfuerzo que hoy se hace en función de centrarse y proyectarse, en los conflictos debidamente priorizados como factor de convergencia y en la apreciación de la diversidad enfocada en la acción. Tal vez valga hoy la pena traer al presente la vieja frase acuñada en el Mayo francés en 1968: “seamos realistas, pidamos lo imposible”.

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