danilo Monteverde Por Danilo Monteverde

Tras más de un año de campañas electorales en los Estados Unidos, se cierra este proceso con el triunfo del ultra derechista y candidato del partido Republicano, el magnate Donald Trump.

La era Obama que abarcó buena parte de la segunda década de este siglo, marcada por una mayor apertura en política exterior e intentos de reformas sociales progresistas en asuntos domésticos, cierra de una manera inesperada: entregando el poder a este excéntrico empresario “nacionalista” cuya campaña se basó en una mezcla ideológica pocas veces vista, desde el racismo y la homofobia propia de la derecha más dura, hasta el oportunista rechazo al belicismo o hacia aspectos de la globalización económica neoliberal que ha empobrecido a las clases trabajadoras de todas las naciones incluyendo a los EEUU.

Hay mucho que analizar en cuanto a razones de este triunfo: el abandono de los trabajadores por parte del partido Demócrata durante las últimas décadas, la distancia entre la ruralidad y las grandes ciudades, la falta de opciones para los sectores de izquierdas y los movimientos sociales, entre otras.

Este último punto es relevante pues durante el proceso de primarias en el sector demócrata (centro-izquierda), se dio una batalla electoral sin precedentes en la que por primera vez en décadas, un político abiertamente de izquierdas, socialista y ecologista ascendía en las encuestas, generaba un masivo movimiento social-generacional y ganaba con holgura en zonas rurales así como obreras: era Bernie Sanders, un luchador de diversas causas que logró afiliarse instrumentalmente a la tienda demócrata y así dar una pelea real y competitiva dentro del marco del cerrado bipartidismo estadounidense.

Dichas primarias se desarrollaron en medio de numerosas irregularidades, supresión del voto a amplios sectores en diferentes estados, el cambio de la filiación partidaria a último momento, modificaciones de plazos para votar y el no conteo de todas las papeletas, fueron sólo algunas de las acciones de boycott con que la dirigencia demócrata, en alianza con los sectores empresariales más poderosos de EEUU, logró dejar fuera de carrera a Sanders en favor de Hillary Clinton. Un hecho que se ha ido corroborando dadas las filtraciones de mails generadas por Wikileaks.

Lo cierto es que Sanders lograba aglutinar a ese pueblo estadounidense de las luchas ambientales, de los movimientos antiguerra de los 60s o de los 2000s, feministas, por la diversidad sexual, por los derechos de la población migrante, contra el neoliberalismo y su globalización, de diversas organizaciones ciudadanas de izquierda o progresistas, además de sectores de trabajadores urbanos y zonas rurales abandonadas. Ese amplio arco de olvidados, discriminados y explotados le daba una base sólida a Sanders para vencer por amplia ventaja a Donald Trump. Un hecho refrendado por todas las encuestas de ese momento.

La apuesta de la elite por Clinton costó cara, generando división, desmotivación y dispersión en todo el electorado mencionado, potenciando indirectamente candidaturas valiosas del campo “alternativo” como Jill Stein del partido Verde con más de un millón de votos en todo el país pese al chantaje de la centro-izquierda respecto al “voto útil”, un recurso muy usado también en nuestro país para impedir la irrupción de nuevas alternativas.

Con un sistema político en extremo bipartidista y controlado mediáticamente (bastante similar al chileno en ese sentido), la indignación sin ideología clara de un pueblo estadounidense sin mayor organización y referencia desde la izquierda, se fue en buena parte a esta derecha dura y nacionalista de Trump.

Lo anterior, sumado a un mecanismo electoral anticuado y poco democrático basado en elección indirecta de delegados por Estado, dio por resultado, el que si bien Hillary Clinton ganó estas presidenciales con más de 60 millones de votos versus 59.791.135 de Trump, la distribución de delegados electos logró la victoria de éste, a lo que se suma las ganancias republicanas en ambas cámaras del congreso estadounidense, generando como escenario un camino abierto a un neo-conservadurismo racista y violento que avanza en el “primer mundo” tal como lo hacen las derechas neoliberales en nuestro continente.

Otro factor para no olvidar es la baja en la cantidad de votantes en esta oportunidad dado el alto rechazo que ambos candidatos generaban en la población, lo que llevó a votar a poco más de 120 millones de ciudadanos (53% del padrón), versus los más de 129 millones del 2012 o los 131 millones del 2008 (más el 58% de ese padrón), a raíz de la motivación que generaba el “factor Obama”.

Al mismo tiempo es bueno recordar las crecientes denuncias de impedimentos para votar, sea por contingencias del momento o por las restrictivas leyes locales impulsadas por políticos de derechas que desde el 2013 han hecho retroceder logros de las luchas por los derechos civiles de los 60s, especialmente en lo que hace al derecho a voto de las minorías.

Hoy, en las horas posteriores a esta elección, miles de estadounidenses han salido a las calles en rebelión contra Trump y su elección. Protestas que se desarrollan en las calles urbanas de las grandes ciudades, evidenciando nuevamente la diferencia entre estas zonas y la ruralidad profunda.

En síntesis, unas elecciones de la potencia imperial que nos influyen y que muestran un momento en el que si las fuerzas de avanzada no se organizan y suman a las mayorías indignadas por los abusos del sistema, el anti-humanismo seguirá avanzando, incluso tomando las propias banderas de los movimientos sociales globales, con un oportunismo descarado pero efectivo.

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